Sección: Local Madrid

Edición: Múltiple

ABC

Pag.  01/05/2006

 

 

 

 

 

 

El pueblo madrileño «tomó» la Casa de Campo hace 75 años

 

 

 

 

 

 

 

 

Miles de vecinos celebraron el Día del Trabajo de 1931 en el pulmón verde que acababa de ser cedido al Ayuntamiento

TEXTO: SARA MEDIALDEA FOTOGRAFÍA: ARCHIVO ABC

MADRID. El 1 de mayo de 1931, miles de madrileños -cientos de miles, según algunas fuentes- bajaron desde diferentes puntos de la ciudad con sus meriendas para pasar el Día del Trabajo en la recién recuperada Casa de Campo. Sus cerca de 1.800 hectáreas de extensión habían dejado de ser sólo unos días antes patrimonio de la Corona de España. El 20 de abril, el Gobierno de la II República, en una de sus primeras decisiones, las incauta y dispone mediante un decreto ceder este terreno al Ayuntamiento de Madrid, con la condición de que lo dedique a «recreo e instrucción» de los madrileños.

Ese mismo Ayuntamiento, aún localizado en el mismo lugar aunque muy modificado por el paso del tiempo, celebró el pasado miércoles durante el pleno del mes ese 75 aniversario de la entrega al pueblo de Madrid de la Casa de Campo. Lo hizo por unanimidad de todos los grupos políticos representados en el Consistorio, aunque a instancias de una propuesta de Izquierda Unida, que urgía a reconocer el «valor excepcional del emplazamiento como patrimonio natural, histórico y cultural», y comprometerse a «su correcta conservación y preservación».

Pero volvamos a aquel 1 de mayo de 1931: las crónicas de la época lo pintan como el día en que «una auténtica riada de madrileños bajaba desde la ciudad con curiosidad para disfrutar la posesión», un símbolo de los nuevos tiempos en aquel Madrid republicano que acababa de nacer.

La jornada, relataba ABC, vivía un paro general para celebrar la fiesta del 1 de mayo. «La población, sin tranvías, ni Metro ni taxis, con todos los comercios, oficinas y talleres cerrados, ofrecía raro aspecto», mientras «en dirección a la Casa de Campo» y a otros grandes parques «comenzaron a marchar muy temprano miles de familias provistas de la comida para pasar el día».

Solaz y recreo

El decreto que cedía esta inmensa zona verde al pueblo de Madrid lo firmaba el Ministerio de Hacienda. Se justificaba en que la ciudad «no dispone actualmente de bosques, parques y jardines en la proporción que exige la densidad de su población». Por eso, y para que fueran «destinados a solaz y recreo de los habitantes de la capital de la nación», se incautaron a la Corona y se pusieron en manos municipales, aunque no sin condiciones: por un lado, mantener las instalaciones de la Asociación General de Ganaderos que allí celebraban exposiciones; por otro, no dedicar los terrenos a usos distintos a los expresados, y con la «absoluta prohibición de cercenar las áreas actuales de aquellos inmuebles», según reza el decreto de cesión.

Los orígenes de la Casa de Campo casi se remontan a aquello que algunos llaman la noche de los tiempos: sus terrenos se asientan en lo que los geólogos llaman el Macizo Hespérico, y comenzaron a formarse hace unos 45 millones de años. Se han encontrado restos de animales del Terciario, especialmente de grandes tortugas terrestres, mastodontes, rinocerontes, y de unos felinos conocidos como «machairodus» muy similares a los tigres dientes de sable. En cuanto al hombre, se dice que llegó en el Paleolítico.

Naumaquias en el estanque

Los monarcas y su corte visitaban la Casa de Campo con bastante asiduidad. La pequeña laguna natural que, al parecer, existía en los terrenos fue ahondada y represada. A los nobles les gustaban las naumaquias -espectáculos que simulaban combates navales-, y pasearse en falúas mientras en otra embarcación, una pequeña orquesta les amenizaba la velada.

Junto al estanque, y ahora ocupada por una zona de juegos infantiles, existe una amplia explanada en la que en tiempos existía otro estanque, menos profundo, que solía helarse en invierno, convirtiéndose en pista de patinaje para los miembros de la realeza.

Y aunque el hielo se vendía -Patrimonio Real tenía en algunas época su puesto de venta en el mercado de la plaza de Santo Domingo para despachar este producto-, la mayor riqueza de la Casa de Campo eran, sin duda, sus árboles. A encinas y pinos se unieron otros ejemplares introducidos a lo largo del tiempo: robles, plátanos, castaño de Indias, moreras negras, árbol del amor... hasta secuoyas.

En la actualidad, según el exhaustivo estudio de Fernández, Bahamonde, Barreiro y Ruiz del Castillo sobre el tema, existen 18 ejemplares de árboles singulares en la Casa de Campo. Entre ellos, una encina junto al Puente de la Culebra, otra en el paraje del Santo, un cedro del Himalaya en El Reservado, un cedro de atlas de la variedad azulada situado en la glorieta de Los Caños, un roble cerca del puente de Hierro del arroyo Meaques, o el llamado «plátano gordo», el pino del paseo del Embarcadero, y un taray en el aparcamiento de Patines. Junto al puente de la Culebra se sitúa también una fresneda protegida que incluye el ejemplar conocido como «Árbol del ahorcado».

El núcleo de la Casa de campo se formó con las compras de terreno efectuadas por Felipe II entre 1560 y 1583, según los mismos autores. Los siguientes monarcas fueron añadiendo superficie a base de adquisiciones hasta que quedó prácticamente en su extensión actual ya a comienzos del siglo XIX.

Los tiempos modernos dejaron su huella en la Casa de Campo: la primera línea férrea, por ejemplo, entre Madrid e Irún, afectó a esta zona verde, ya que penetraba en ella por terrenos del cuartel de Cobatillas. Estas obligaron a la tala de algunos árboles, pero lo peor fueron los incendios que, producidos por las chispas del ferrocarril, se incrementaron a partir de entonces.

Uno especialmente grave se produjo en 1878, en medio de una «pertinaz sequía», como señalaban los documentos de la época. El balance fue de un jornalero muerto, 900 fanegas de pastos afectadas, 1.013 árboles destruidos, y «multitud de caza» perdida. Todo el personal de la Casa de Campo se movilizó contra el fuego, y en especial las mujeres de la finca, con «cántaros de agua y vinagre». Por su valentía, el Rey las premió con 10 pesetas por cabeza.

Debate urbanístico

Los urbanistas han dado muchas vueltas a qué hacer con la Casa de Campo. Durante el siglo XIX se plantearon muchas hipótesis: desde urbanizar la finca hasta convertirla en explotación agraria, apostar por un sistema mixto o dejarlo como un bosque. Incluso hubo un ciudadano madrileño, Manuel Bailes y Barreiro, que solicitó la cesión de terrenos para fundar allí un pueblo que se llamara Real Cristina, «como símbolo de la causa liberal».

Durante las tres primeras décadas del siglo XX, la Casa de Campo fue lugar de recreo para el monarca, donde él y su familia cazaban, pescaban, paseaban, montaban a caballo o patinaban sobre hielo. Desde que se cedió al pueblo de Madrid, hace ahora 75 años, el Gobierno municipal de la época comenzó a hacer cábalas sobre en qué emplearla. El 6 de mayo, el notario Pedro Tovar levantaba acta de la entrega oficial de la Casa de Campo al Ayuntamiento, en un acto presidido por el ministro de Hacienda, Indalecio Prieto, y el alcalde de Madrid, Pedro Rico.

El alcalde creó una comisión que estudiara los mejores usos para la nueva propiedad: la presidía Julián Besteiro. Apenas 20 días después, el 29 de mayo, se presentaba ya un documento de intenciones que proponía ampliar las zonas deportivas, mantener el estanque, transformar la charca de patinar en piscina e instalar acuario, jardín zoológico y botánico.

Más adelante, se plantearon otros usos, como la apicultura o el cultivo del gusano de seda -por las 20.000 moreras existentes-. Problemas presupuestarios dejaron estos proyectos sobre el papel, pero se tomaron medidas para recibir a los miles de madrileños que acudían a hacer uso de la Casa de Campo: fuentes, bocas de riego, 300 bancos, 15 refugios para tormentas...

Ayer y hoy

Tras la Guerra Civil, permaneció cerrada al público hasta el año 46. Para entonces, se habían limpiado sus terrenos de todo el material bélico que quedó abandonado. Hubo nuevos debates urbanísticos y se optó por un régimen mixto: intervención municipal directa y concesiones como el Parque de Atracciones o el Zoo.

Con ese esquema ha llegado hasta hoy, cuando decisiones municipales han limitado el tráfico por su interior, mientras se mantiene activo un numeroso colectivo de profesionales del sexo, que han tomado la zona para sus actividades. Pero esa es otra historia.